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Rozalén, ventajas de cantar toda la verdad

La artista cuenta su experiencia con respecto a la memoria histórica ante las 12.000 personas que asisten a su concierto

Rozalén este viernes en concierto en el WiZink Center de Madrid
Rozalén este viernes en concierto en el WiZink Center de MadridVíctor Sainz

A veces suceden cosas bonitas, o “bonicas”. En ocasiones hasta resulta que ganan los buenos. Rozalén es un ejemplo insólito de que aún podemos creer alguna vez en la justicia, al menos en la poética. Ahí la tenían anoche: una cantautora joven que pulveriza las 12.000 entradas disponibles en el WiZink Center. Sin atajos, aspavientos, farsas ni imposturas; solo con un generoso puñado de 28 canciones sinceras, honestas y coherentes en las que nunca da la sensación de morderse la lengua.

Tan alérgica es María a las apariencias que ayer asomó tocada con un sombrerito vaquero muy estiloso, pero solo aguantó con él un par de canciones “porque esto no es lo mío”. Se le nota a la albaceteña el desparpajo acumulado durante cientos y cientos de noches, muchas en tantos de esos locales diminutos en los que se distingue cada rostro, cada mirada pendiente del escenario.

Anoche no pudo memorizar los nombres de los miles que la contemplaban, pero logró que casi todos se levantaran a aplaudirla cuando desgranó la historia de Justo, su tío abuelo muerto en la guerra y desaparecido durante 80 años en una fosa común. “Que mi abuela haya podido llevarle una flor es cuestión de dignidad, de humanidad. Duele mucho que algunos hablen de nuestros antepasados como huesos”, proclamó con el temblor de la emoción y el aplomo que confiere decir toda la verdad.

Rozalén es así: directa, franca, empática.

Frente a los tiempos heroicos en que giraba por el circuito de cantautores, ahora la asisten media docena de músicos, dispone de un despliegue gráfico generoso y ha de gestionar un sonido hiperbólico, a ratos un poco más embarullado de la cuenta. No todo van a ser ventajas en hacerse grande. Baile, por ejemplo, es a un tiempo pachanguera, ñoña y ramplona, sensaciones agravadas por la presencia de la voz nasal de David Otero.

En contraste, y por aquello de recobrar la autenticidad, Angelita de Letur (la mamá de la artista) puso el pabellón del revés cuando compareció para acompañar a su churumbel en Ay pena, penita, pena. Y Beatriz Romero, la inseparable intérprete de signos, se pasó todo el concierto demostrando que ya no es solo una abanderada de las políticas inclusivas, sino un espectáculo de expresión corporal.

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“Ya sabéis que soy muy tímida”, musitó en una ocasión María, 33 añazos recién cumplidos, para disculparse ante unas ovaciones que la abrumaban. Pero a la gente bonica le acaban pasando estas cosas cuando canta toda la verdad.

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